Monte Testaccio, la colina de las ánforas

Author: Juan Nadie /

    Desde que existe la civilización, el ser humano ha querido dejar constancia de su paso por el mundo de muy diversas maneras. Una de ellas -no la menor- es pornerlo todo perdido de residuos materiales. En realidad, de todo tipo de residuos y deshechos, incluso intelectuales. Pero ese es otro asunto, en el que no vamos a entrar por ahora.

  El Monte Testaccio o Monte dei Cocci es una colina artificial de base triangular construida durante los siglos I - III d.C. en el sudeste de Roma, entre la margen derecha del Tíber y el Monte Aventino. Tiene una altura de unos 50 m (aunque seguramente fue más alta), un perímetro de 1490 m y una superficie total de unos 22.000 m2. Su nombre deriva de la palabra latina testa (tiesto), ya que está formado por la acumulación de los restos de alrededor de 26 millones de ánforas, básicamente de aceite de oliva, procedentes en su mayor parte (80%) de la Bética, concretamente de Hispalis (Sevilla), Corduba (Córdoba) y Astigi (Écija). El resto son ánforas del norte de África y en menor proporción de la parte oriental del Imperio.
    Las ánforas llegaban al complejo portuario fluvial de Roma, donde, tras vaciar su contenido en los almacenes situados al pie del Aventino, se rompían en pedazos, por no ser rentable su lavado y reenvío, depositando los restos en el que con el tiempo se convertiría en Monte Testaccio, donde se cubrían de cal para evitar malos olores. De ahí el popular nombre de Monte dei Cocci. De paso se inventaba el "punto limpio". Nihil novum sub sole.
   

   El Testaccio siempre formó parte de la vida romana, de sus tradiciones y festividades (carnavales, fiestas de la vendimia, ceremonias religiosas), pero durante siglos no se le dió ninguna importancia. El dato más antiguo que se ha encontrado sobre el Monte data del siglo VIII d.C.: una inscripción en el pórtico de la iglesia de Santa María in Cosmedin, relativa a la propiedad que se le había concedido a la diaconía. Por su semejanza con el Calvario, sobre sus faldas fue instalado un Vía Crucis, como recuerda la cruz situada en la cima del monte. También fue utilizado como cantera para extraer material con el que hacer más transitable el suelo de los fangosos caminos vecinos; o para construir en sus costados grutas en las que conservar el vino, ya que mantiene una temperatura constante de unos 17 ºC.
    No fue hasta finales del siglo XIX cuando se conoció su importancia científica, gracias a los trabajos del padre L. Bruzza y de Henrich Dressel. A partir de entonces el vertedero se reveló como un extraordinario filón de datos para la historia económica del Imperio Romano.
   Las ánforas descubiertas en la colina han ido aportando numerosa información sobre la evolución del puerto fluvial de Roma y sobre aspectos como el comercio entre la Península Ibérica, el norte de África y la capital del Imperio. Los arqueólogos han calculado que el aceite transportado en esos envases permitió abastecer la mitad de la dieta anual de aceite de oliva (aproximadamente seis litros) de un millón de personas durante 250 años.
  Más importante arqueológicamente es que sobre estas ánforas se han conservado una serie de inscripciones que, al igual que las etiquetas modernas ("código de barras"), aclaran muchos aspectos de la organización, producción y distribución del aceite en esas épocas. Los sellos y grafitos impresos antes de la cocción de las vasijas proporcionan información sobre la producción de aceite, y  las inscripciones pintadas posteriormente sobre ellas (Tituli picti) dan cuenta de la comercialización y distribución del mismo. Las inscripciones de cada ánfora indican el nombre del comerciante o transportista que la llevó hasta Roma y el año exacto de expedición. Todo esto convierte al Testaccio en un archivo fiscal de extraordinaria importancia para entender, no sólo la historia de la producción y comercio de aceite bético y africano durante el Imperio Romano, sino también la estructura del comercio y la intervención estatal en el mismo.
    Las últimas excavaciones llevadas a cabo (se realizan catas de 4 a 6 m2, en función de las caracteríaticas del lugar) indican que la colina no fue un simple vertedero, sino una estructura construída intencionadamente, elevada por medio de terrazas con muros de contención realizados con trozos de la propia cerámica. Se pueden establecer 3 fases en la construcción de dicha estructura: la primera abarcaría del 74 a.C. al 149 d.C.; la segunda se prolongaría hasta el 230 d.C., y la tercera está siendo investigada en la actualidad. En ello están implicados desde 1989  investigadores españoles como Rodríguez Almedia, José María Blázquez o José Romeral, en colaboración con el Dipartamento di Scienze della Terra de la universidad de Roma.

  Por cierto, hay otras seis colinas artificiales en Roma, aunque no de las mismas características: Augusto, Cenci, Citorio, Giordano, Savelli y Secco.

12 comentarios:

jose dijo...

Un tema muy interesante.
Cuantas cosas se pueden llegar a desconocer.

Juan Nadie dijo...

Y que lo digas. Ahora, muy bueno lo del "punto limpio" que te sacaste de la manga con toda agudeza anoche. Ya ves que lo he aprovechado.

jose dijo...

a veces tengo alguna ocurrencia....

marian dijo...

Conocía la historia, pero no a este detalle.
Habrá pocas cosas actualmente que no vengan de los romanos, Internet y cuatro cosas más.

Juan Nadie dijo...

O ninguna.

Sirgatopardo dijo...

Los desperdicios de las comilonas orgiásticas de los sindicalistas, no digas más...

Juan Nadie dijo...

Xacto.

Juan Nadie dijo...

Aunque creo que al que tú te refieres no es al Monte Testaccio, sino al Monte Crustacceo, que se va haciendo famoso poco a poco. Los investigadores futuros podrán "sacar chispas" de él.

Por cierto, Hoy viene en el diario EL MUNDO, en primera plana y a tres columnas, un titular magnífico sobre embutidos. Tú que eres cocinero lo sabrás valorar. Reza tal que asín:
"Una empresa de chorizos vincula los escándalos de los ERE y UGT".
Genial.

jose dijo...

Lo que es la ciencia, oye.
Hasta donde vamos a llegar?

Juan Nadie dijo...

La ciencia avanza que es una barbaridad, ya lo decían en la famosa zarzuela.

Sirgatopardo dijo...

Donde este la gracia y el arte andaluz...
¡Manda güebos mi teniente!

Juan Nadie dijo...

Ole y ole, qué arte, pisha!